El trastorno del espectro del autismo (TEA) es una condición de origen neurobiológico que afecta a la configuración del sistema nervioso y al funcionamiento cerebral.
La detección y el diagnóstico precoz son procesos clave para las familias de personas con TEA, por tanto, es necesario fomentar políticas públicas de atención temprana.
¿Cómo se diagnostica el autismo?
A veces, el TEA es difícil de identificar, ya que no existen marcadores neurobiológicos que nos permitan determinar si una persona tiene autismo o no. Solo podemos diagnosticarlo conductualmente, observando los patrones de comportamiento de la persona y su historial de vida e interacción con el entorno.
Esto se hace mediante una valoración especializada realizada por un equipo multidisciplinar de profesionales de la medicina, la psicología, la educación y el bienestar social con formación específica en TEA. Se tienen en cuenta los datos obtenidos de:
.exámenes médicos;
.valoración genética;
.evaluación psicológica y psiquiátrica: cognitiva, adaptativa, comunicativa, del bienestar emocional y de la conducta.
Recibir un diagnóstico temprano es importante para que las personas puedan acceder cuanto antes a apoyos y servicios especializados, sobre todo en la infancia, cuando recibir atención temprana es una necesidad fundamental.
Algunas personas en el espectro del autismo llegan a la vida adulta sin ser diagnosticadas: principalmente, aquellas que no tienen discapacidad intelectual, que presentan habilidades lingüísticas adecuadas o cuyas manifestaciones clínicas se presentan de manera más sutil.
En general, cuanto antes se identifica y se interviene sobre el TEA, mejor es el pronóstico y la calidad de vida para las personas que lo presentan. Un diagnóstico tardío o incorrecto puede impedir que se reciban los apoyos adecuados y dificulta el desarrollo de las competencias personales y de estrategias positivas de afrontamiento de la vida cotidiana.
Señales de alerta
En el desarrollo infantil temprano existen una serie de hitos que los bebés van adquiriendo conforme maduran e interactúan con el entorno. Cuando algunos de ellos no aparece o lo hace de manera atípica o muy tardía conviene atender especialmente a algunos posibles indicios de TEA.
Estas señales, de forma aislada, no implican que un niño o niña tenga autismo, pero sí hacen aconsejable una evaluación especializada que confirme o descarte el diagnóstico.
No todas las señales se dan simultáneamente en todos los niños y niñas.
Antes de los 12 meses:
Escaso contacto ocular.
No muestra anticipación cuando se le va a coger en brazos.
Irritabilidad o labilidad emocional.
Falta de interés en juegos interactivos sencillos (como las cosquillas, o el “cucú-tras”).
A los 12 meses:
Ausencia de balbuceo, sonidos o palabras sencillas.
Escaso uso de gestos comunicativos (como señalar o decir adiós con la mano).
Entre los 12 y los 18 meses:
Ausencia o limitada respuesta al propio nombre.
No mirar hacia donde otros señalan.
No señalar para pedir algo; no mostrar objetos.
Respuesta inusual de rechazo ante determinados estímulos auditivos.
Entre los 18 y los 24 meses:
Retraso o precocidad en el desarrollo del lenguaje.
No imitar gestos o acciones.
Formas repetitivas y no simbólicas de juego (ej. alinear objetos o abrir y cerrar puertas de forma repetitiva).
Falta de interés por relacionarse con otros niños y niñas.
Es importante tener en cuenta que el autismo es un trastorno del espectro autista, lo que significa que los síntomas pueden variar significativamente entre las personas que se encuentran en el espectro. Es posible que algunas personas con autismo tengan habilidades sobresalientes en áreas como la memoria, la matemática o la música. Es fundamental buscar el diagnóstico y el tratamiento temprano para el autismo, ya que esto puede mejorar significativamente la calidad de vida de estas personas.